Cerrad los ojos e imaginaos a qué suena el otoño. Puede sonar flojito, como las gotitas de lluvia que chocan contra el cristal de la ventana. O fuerte, cuando asamos castañas al fuego y hacen “crac-crac” al abrirse. Ahora trasladaos a un bosque y escuchad como suenan un montón de hojas crujiendo bajo nuestros pies.
Pedimos a los papás y las mamás que, junto a sus hijos, escogieran un elemento del otoño para traerlo al aula. Y nos llenamos de hojas y otros frutos de esta estación que pusimos a la entrada de la clase.
Cogimos un buen puñado de hojas de platanero y cuando encendimos la mesa… ¡Chantatatachán! Las hojas se pusieron de todos los colores. Ya no eran sólo naranjas o marrones. Volvieron a ser verdes e incluso rosas o moradas, como si estuviesen vestidas para una fiesta.
Sacamos los cuencos más divertidos de nuestro cole y las pusimos dentro. Los peques pudieron volver a oír el otoño, aplastándolas con sus deditos. Cada crujido era una carcajada de las hojas, que no aguantaban las cosquillas y se reían muy alto hasta que no podían más.
A continuación cubrimos la mesa de papel continúo, sacamos pinturas de colores y rodillos. Colocamos una hoja delante de cada niño para que la pintase entera con los colores de la estación, naranja y amarillo.
Tiramos del rabito y cuando la levantamos…. ¡sorpresa! Hemos dibujado la forma de la hoja sobre el papel sin darnos cuenta. Nuestros exploradores pueden ver cómo se pone de todos los colores encima de la mesa.
Aún nos queda lo mejor. Rellenamos el interior de nuestras hojas mágicas con los cachitos de sus ‘amigas’, las que tenían tantas cosquillas. Con un poco de pegamento vamos pegando con el dedo los trocitos, trabajando la coordinación manual y la motricidad fina.
¡Es increíble! Cuando rellenamos toda la silueta nos damos cuenta de que cada pedazo se ha unido a otro para volver a formar una hoja grande. Y lo hemos conseguido nosotros solos, sin ayuda de la profe. Podemos volver a encender la mesa para verlas cambiar.
Al final del día, hacemos un mural con nuestros trabajos y luego las colgamos del techo del aula, formando un móvil de hojas que, además, bailan cuando el viento se cuela soplando por la ventana.