Nuestros pequeños exploradores se han enfrentado a un enorme reto: realizar el gran cuadro del otoño. Ayudados por la mesa de luz, la expresión plástica se convierte en una actividad inesperada. Y si encima utilizamos dos mesas y las cubrimos con materiales tan juguetones como el plástico de burbujas, la sorpresa es aún mayor.
¡Pinceles y rodillos, en formación! –ordena la profe-. ¡En marcha, colores del otoño!, continúa mientras se despliegan sobre las mesas los instrumentos para pintar y, por supuesto, el rojo, el amarillo, el marrón, el naranja y, por último, el verde, que cuando hace frío siempre es el más tardón y le cuesta salir fuera.
Cuando todos están listos, los niños y niñas empiezan a pintar. “Chop-chop”, dicen los que usan los pinceles. “Zas-zas”, contestan los que llevan el rodillo. No hay nada más divertido que imitar estos sonidos cuando cubrimos las burbujas de plástico, a las que la pintura se pega como si fuese un camino de piedrecitas.
Los alumnos se afanan con libertad en cubrir las partes de la mesa que más les apetecen, mientras de fondo les acompaña la melodía del ‘Otoño’ de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Los colores de las dos mesas aprovechan para bailar, acompañando a cada nota con un cambio de tono que transforma lo que hasta entonces estaba pintado.
Al acabar, esperamos a que el mural esté seco y, cuando vienen los padres a buscarnos a la salida del cole, les pedimos que nos ayuden a terminarlo. Tenemos castañas, bellotas, piñas y un montón de hojas secas que vamos a pegar con celo para que el cuadro sea en tres dimensiones.
La mesa vuelve a ponerse en marcha y, antes de que le dé tiempo a bostezar (porque hoy hemos trabajado mucho), los niños y sus papis han colocado todo los frutos del otoño.
No nos vamos a olvidar de este mural tan chulo que nos recuerda que aún quedan muchos días de esta estación tan colorida. Por eso, lo ponemos en la ventana de la clase. Como el plástico de burbujas es transparente, así también se puede ver desde la calle y lo disfruta todo aquel que pase.